Lima, 16 feb (EFEAGRO).- Dicen que el lenguaje de la calle es un buen termómetro para retratar un país, y cuando la pasión nacional de los peruanos es la comida y la gastronomía, es lógico que la jerga popular esté plagada de palabras que se comen.
Las papas y los camotes (batatas), las yucas, el arroz, los sancochados, el mango, los pescaditos, las paltas (aguacates) o los churros, todas esas palabras se han colado en el habla cotidiana para dar lugar a expresiones unas veces gráficas y otras alusivas. Tampoco faltan las vulgares.
Los no iniciados pueden que «no entiendan ni papa» cuando un joven se pone a soltar expresiones coloquiales «como cancha» (en abundancia) y entonces «se hagan paltas» (se molesten o avergüencen) si no cuentan con un traductor de jergas.
Entre los tubérculos, es fácil de comprender que no conviene «mezclar papas con camotes» o que si «metes una yuca» o «enyucas» a alguien, es que lo quieres mal. Nunca lo harías con alguien a quien «tienes camote» o cariño.
No es nada recomendable «meter cuchara» donde no te incumbe, como tampoco «mezclar arroz con mango» en maridajes imposibles como los que a veces trajinan los políticos, ni «tirar arroz» a nadie, que equivale a mostrar el más absoluto desdén.
Así que si uno mete cuchara, tal vez le callen la boca con la frase «Este es mi cau-cau» (asunto o negocio), en alusión al guiso criollo hecho a base de estómago de res, o también puede que oiga aquello de que el asunto está «frito pescadito» y por tanto no hay nada más que añadir.
También queda feo «hacer un apanado» a alguien, que es lo que sucede cuando en grupo se ataca o injuria a una persona que podría entonces «paltearse» o hacerse paltas.
Si alguien «es un churro», y hasta «churrísimo», se trata de un varón atractivo, y que supuestamente está para comérselo, como estas populares fritangas de origen español.
Hay quienes forman tremendos líos incomprensibles, en su cabeza o fuera de ella, muchas veces por estar «aplatanados» y entonces lo que les sucede es que tienen un tremendo «sancochado», por el nombre del guiso donde cabe casi todo: carne, papa, maíz y verduras.
El maíz da mucho que hablar: cuando es tierno y blanco, se llama choclo, y cuando está seco y frito con sal, o en forma de «pop-corn», se llama cancha. Uno puede reírse «enseñando todos los choclos», y dirá que aquello era «como cancha» para referirse a la sobreabundancia.
Otro guiso peruano es la pachamanca, un singular asado de varias carnes y tubérculos hecho a fuego lento entre piedras al rojo vivo, tan suculento que cuando uno «se pachamanquea» es que está disfrutando en plenitud de lo que tenga entre manos.
En el reino de las hierbas y las frutas, sobran explicaciones para el dicho «bueno es culantro, pero no tanto», pero lo que nadie sabe explicar cabalmente es por qué si uno dice «qué piña» es igual a «qué mala suerte», ni tampoco la versatilidad de «la vaina» en todo tipo de expresiones, bien o malsonantes.
Comenta Julio Hevia, profesor universitario experto en jergas, que esta relación tan estrecha entre la comida y el lenguaje tiene algo de psicoanalítico y va unido a la relación de sus paisanos con los tres placeres de la boca: comer, beber y hablar.
«Tres placeres -sugiere Hevia- que se practican sobre la marcha, no requieren de demasiadas exigencias y suscitan en el usuario un placer inmediato e inequívoco: la satisfacción de lo oral», en un país que «técnicamente puede aún llamarse de cultura oral, con renuencia a dejar sus cosas por escrito».
Una vez traducida a español «estándar» la jerga de la comida, uno ya puede lanzarse a entender mensajes que de otro modo podrían parecer cifrados.
«En la actual campaña electoral, pocos políticos arrastran gente como cancha. Ya sea por culpa de unas coaliciones que parecen arroz con mango o por el sancochado de sus propuestas, los electores les tiran arroz. Y es que a los políticos es difícil tenerles camote cuando ellos se dedican a meterse yucas y a paltearse cada vez que los pillan en falta, cosas que suceden con frecuencia cuando se descubre que, quien más quien menos, cada uno tiene su cau-cau escondido y, el día en que se destapa, todos se le tiran encima para hacerle un apanado».
¿Que no lo entendieron? ¡Piña pues
Javier Otazu/EFEAGRO.