Tradicionalmente, se ha asociado la vitamina D con el mantenimiento de un estado óptimo de salud, incluso ha habido quienes la han relacionado con la eterna juventud. Lo cierto es que, se tenga la edad o el sexo que se tenga, la vitamina D es una aliada indispensable para mantener sanos los huesos, debido a su función reguladora del paso del calcio a los mismos. No es vano, la vitamina D también es conocida como la vitamina antirraquítica, al estar ligado su déficit en el organismo a la enfermedad del raquitismo. Además, esta vitamina es recomendable para prevenir varios tipos de cáncer, la hipertensión, la artritis, la psoriasis, la esclerosis, la fatiga crónica, etc.
El nivel óptimo de vitamina D en la sangre se encuentra entre los 30 y los 60 ng/ml, pero no resulta fácil conseguirlo si no se recurre a los alimentos fortificados, ya que son muy pocos los productos con cantidades significativas de vitamina D de forma natural. Entre estos, destacan el salmón, los cereales, el atún, las sardinas, el aceite de hígado de bacalao y la yema de huevo. ¡Ah!, y no olvides tomar el Sol siempre que puedas (con protección, eso sí).
Para que la generación de vitamina D por el sol sea eficaz, el sol se debe tomar sin protección, pero OJO, con 10 minutos al día son suficientes y con que dé el sol en cara y manos también es suficiente (lo digo por no sacar el bañador en pleno invierno).