Hace poco publicamos un artículo de Caius Apicius en el que éste hacía un repaso audaz de la patología que, en su opinión, estaba llevando al vino a ser cada vez menos consumido en España. Bajo el nombre de «Vino: complicando lo sencillo», este reputado crítico gastronómico expresó lo que nadie parece atreverse a decir: que la pompa, el fanfarroneo, el falso ornamento, la chulería o la pedantería de algunos; está haciendo que muchos miren al vino con cierto recelo, con un respeto que en algunos casos está incluso cercano al miedo, miedo a no estar a la altura durante un descorche, en una conversación de entendidos con carné o sin carné, en un tapeo con compañeros de trabajo, etc.
La revisión de Apicius me parece intocable. Creo que no se puede decir más ni mejor acerca del mal del vino, pero al ser un tema que ha herido bastante mi sensibilidad de aprendiz de todo en los últimos años, no podía dejar de hacer mi propia revisión del asunto.
Yo entiendo que hay productos gastronómicos que antes de llegar a la boca del comensal han pasado por procesos rigurosísimos, han sido sometidos a cuidados, o han requerido de multitud de fases complejas, que no todo el mundo es capaz de captar en el paladar. También creo que el que sí los capta obtiene del sorbo o del bocado de cada cosa un plus de goce, de recreación intelectual, de deleite, que no le quita nadie. El vino es uno de esos productos, pero no lo es más que la cerveza -por seguir con la comparación que hace Apicius en su artículo-, y sin embargo no se ve en los bares a nadie sosteniendo una cerveza levemente por la base de la copa con los dedos índice y pulgar, llevándosela sutilmente a la nariz y haciendo gala de una exagerada verborrea después de mojarse los labios con la espuma.
Creo también que, por mucho que suponga la elaboración del vino, el fin de éste debería ser siempre el de gustar a la mayoría. Por lo tanto, cuanto más nos alejemos del concepto de lo rico o de lo no rico, más estaremos pervirtiendo el hecho en sí de beber vino. Y claro, aprovechando la coyuntura, muchos se lanzan a dárselas de lo que no son a costa de escenificaciones casi teatrales que son dignas de ver. Y es que en esto del vino están los que saben, la minoría, y los que quieren dar la sensación de saber porque queda bien.
Es lo mismo que sucede con la nueva cocina, aunque la culpa de toda esta confusión nunca se le puede echar al creador, sea chef o viticultor, sino a los que, en un acto de deshonestidad con ellos mismos, tocan bombos y platillos al catar el vino que no les entusiasmó más que el tinto con casera que tomaron en el chiringuito de la piscina, o sacan el poeta romántico y cansino que llevan dentro al tragar un rabo de nube reducida con esencia de costrillas de langosta que no cambiarían por nada del mundo por un plato de cuchara de sus madres. Pero en casa, cuando nadie les ve, claro.
Foto: Laura Padget
Me encanta TODO, y TODO lo que comentas, creo que un buen vino es el que a uno le gusta y le sienta bien, y le apetece, esta SECTA, a la que te refieres, a mi me saca de quicio, por mucho que uno entienda, y sepa de lo que está hablando o aconsejando o vendiendo, no puede ir de profeta y garifalde, pues la vanidad le quita prestigio y credibilidad, igual lo extiendo a los cocinillas, hemos perdido el norte? Gracias , me siento aliviada. Pepa
Muchísimas gracias, Pepa, el alivio es mutuo, y es un gran honor tenerte como lectora.