Acabo de llegar de vacaciones, me incorporé al trabajo ayer mismo, y estoy sumido en esa nube de melancolía, en cierto modo pretendida, que ahora llaman síndrome postvacacional. Han sido cortas, pero tengo la sensación de haber estado fuera varios meses, seguramente porque en esta ocasión he dejado en casa la mochila de trotamundos y me he dedicado a observar el paso de los minutos y las horas, a bailar con el ir y venir de las olas, a soñar hasta que el Sol lo ha querido, y por supuesto, a saborear con el deleite y el relente que merecen los bocados a pie de playa: los del chiringuito, los de mi madre, o los de los las tascas marineras que he frecuentado estos días.
Como diría Sabina en Incluso en estos tiempos, en septiembre «todos los días tienen un minuto en que cierro los ojos y disfruto» echando de menos lo visto, lo palpado, lo olido, lo escuchado y lo gustado durante las vacaciones; ese conjunto de sensaciones que conforman el bienestar, que te dejan en un punto cercano a lo que debe ser la felicidad, y que tras el regreso a la otra vida -la irreal-, agudizan el contraste. Para esquivar el síndrome postvacacional, los psicólogos aluden al paso progresivo de un estilo de vida al otro, y basándome en ello, yo aludo al comer.
Comer sano y en especial alimentos o complementos alimenticios con vitamina B es uno de los diez consejos que dan los expertos para evitar el síndrome postvacacional, pero no es a eso a lo que yo me refiero en mi particular teoría. Yo digo que a falta de espacio en la maleta para unas cuantas toneladas de arena fina, de agua salada y de luz intensa (todo esto lo transporto en la memoria), el hecho de reflotar durante algunos días las comidas que nos han acompañado en las vacaciones, es una buena forma de mantener un hilo de conexión con las vivencias pasadas a través del gusto. Al igual que determinados perfumes o canciones nos recuerdan momentos, lugares o personas que han desfilado por nuestras vidas, los sabores tienen el mismo poder. Y como suele darse que en vacaciones se comen cosas que no se comen habitualmente el resto del año, al final resulta fácil usar la comida como terapia contra el síndrome postvacacional.
Por eso, prolongando el exceso, estos días visitarán mi cocina más habitualmente que de costumbre chocos y sardinas a la plancha, boquerones en vinagre, gambas cocidas, pulpo aliñado, salmorejo, gazpacho, ensaladillas, etc. ¿Soy yo el único que hace esto?
Foto: Heatheronhertravels