Cuando se es padre de un niño que acaba de empezar a hablar y a razonar a su manera, uno se encuentra en constante peligro de ser asaltado por preguntas del tipo «¿de dónde vienen los niños?» Pero las dudas existenciales no lo son todo, ni mucho menos, ni tampoco son los niños los únicos que se preguntan cosas. Se puede decir que el estado dubitativo es una constante en el ser humano despierto, siendo la consecuencia directa del papel de espectadores con gafas tintadas al que los ciudadanos de a pie se nos ha relegado en el show de la vida moderna. Hasta tal punto llega nuestro desconocimiento de lo que pasa, de cómo pasa, y de por qué pasa, que somos mayoría los que sabemos que no sabemos lo que comemos. El resto, o no lo sabe, o no se lo ha preguntado nunca, lo cual los convierte en perfectos conocedores de lo que comen.
¿Tú sabes lo que comes? No me refiero a si sabes qué se hace con los agujeros de los Filipinos, que también; hoy las preguntas que me hago son serias, contundentes. ¿Sabes si el pescado que compras ha sido pescado en el mar, o si ha sido criado en una piscifactoría?, ¿sabes lo que ha comido ese pescado?, ¿estás seguro de que los peces que comes no se han alimentado de las toneladas de basura que arrojamos a diario a los océanos?, ¿sabes si los tomates, las manzanas o las judías verdes que comes son productos transgénicos? O peor, ¿sabes qué es un alimento transgénico y si pueden tener algún efecto negativo en nuestro organismo?, ¿sabes que mucha de la fruta y la verdura que comes contiene residuos de pesticidas?, ¿sabes qué proceso ha sufrido la leche antes de llegar a tu frigorífico?, ¿sabes con qué fin se usan colorantes en la comida?, ¿sabes qué es el E102, el E126, el E128, el E131, etc.?, etc.
Yo me pregunto por qué hemos llegado a complicarlo todo en tan poco tiempo, y aunque más o menos adivino las razones, no concibo que hayamos podido llegar a consentirlo. No sé qué tendría que cambiar para que volviéramos a ver comida donde hay comida, y no ingerir alimentos siempre con la sospecha de estar comiendo algo raro. Quisiera volver a los tiempos de la fruta y la verdura deforme pero rica, a los productos de temporada, a la época en la que no se alteraba el ritmo de producción de los alimentos, a los años de los ultramarinos austeros pero fiables, etc. Me pregunto si la única solución que nos queda es acampar en Sol para exigir comida real.
Foto: Hyde (la frase original del cartel ha sido sustituida)
Aún recuerdo lo buena que estaba la leche que me daba mi abuelo cuando estábamos en el pueblo, era leche que ordeñaba de una vaca que tenía en la finca. O el olor (por no hablar también del sabor) de los tomates que cogía directamente de la mata, bien rojitos y prietos… Pero una de las cosas que más añoro, son los melocotones que sepan a melocotones, hace años que no como un melocotón con el sabor de aquellos que cogíamos directamente del árbol. ¡Qué pena me da!!!
Lo peor es que somos muchos los que añoramos ése sabor del que hablas y no hacemos nada, y muchos los que han crecido sin probar esos sabores y que no tienen, por tanto, ninguna razón para quejarse de nada. Gracias por tu entrañable comentario, Sofía.