Comer es un placer. Para muchos, el mayor de los placeres, por encima incluso del sexo. Pero durante siglos, y aún en nuestros días, comer ha sido también motivo de sacrificio. Un sacrificio en cierto modo placentero, aunque desde un punto de vista más intelectual que sensorial, ya que no me refiero en este caso al pesar y a la incomodidad del comer cuando no se desea, sino al sacrificio de comer como ritual, como símbolo de alguna creencia.
Por lo general, esto de comer por sacrificio ha implicado siempre -e implica aún hoy- matar a un animal con un fin místico, siguiendo los preceptos de alguna religión. ¡Ojo!, a un animal, o a una persona, ya que son muchos los ejemplos constatados en la historia de la humanidad de canibalismo y antropofagia. Los egipcios, los fenicios, los cananeos, y muchas de las culturas americanas prehispánicas, sacrificaban a personas y comían algunos de sus órganos. El corazón, por su valor simbólico, ha sido siempre el bocado predilecto en la gastronomía ritual.
Los griegos adoptaron la versión light de estas costumbres, y hubo una época en la que fue muy habitual la celebración de actos que implicaban el sacrificio público de una res, después del cual una parte era ofrecida a los dioses y otra a los participantes de la misma. Al parecer, éstos comían una parte cruda de la carne del animal, acabando el resto en la cocina. Esto dio origen a la costumbre de sacrificar y cocinar carne de algún animal con motivo de celebraciones como el matrimonio o la defunción de un familiar. ¿No os suena esto? Yo mismo he sido testigo en nuestros días del horror, y posterior rechazo traumático de por vida a la ingesta de carne de cordero, de unas niñas que durante meses habían disfrutado del cuidado de un cabritillo en el corral de su casa en el pueblo, y que vieron cómo éste desaparecía misteriosamente el día de su Comunión.
El sacrificio y la ingesta de cordero está relacionado, en las religiones judía y cristiana, con la expiación de los pecados. Y podemos decir que el propio Jesucristo alude en la última cena al sacrificio de su muerte para la salvación de todos los hombres a través de la ingesta de su cuerpo y su sangre, del pan y del vino, como símbolo de purificación.
Seguramente, para muchos de nosotros sería un sacrificio en sí mismo tener que comer muchas de las cosas que acabo de citar, y todas las que he obviado por delicadeza, pero para la mayoría, el verdadero sacrificio relacionado con el comer consistiría en el hecho mismo de no comer. El ayuno o la abstinencia de determinados alimentos impuestos por el ramadán musulmán y por la cuaresma cristiana, son el ejemplo más claro de esta práctica en el seno de algunas religiones. Pero cuando el no comer es una imposición médica o estética, el sacrificio se convierte en un acto de rendición sin simbolismo alguno al dios salud y al dios cuerpito. Cambio de dioses, cambio de rituales.