Este domingo, como todos los 16 de octubre desde 1979, se celebra el Día Mundial de la Alimentación. A la hora de afrontar el tema, antes incluso de documentarme, me resulta contradictorio y triste al mismo tiempo comprobar cómo la palabra alimentación arroja sobre mi mente las imágenes de enfermos de hambre crónica que todos vemos en los telediarios de vez en cuando, y a las que seguramente estemos llegado a acostumbrarnos, como si tal cosa. Pero antes de desatar reflexiones, vamos a partir del análisis de los datos que dibujan el electrocardiograma de nuestro debilitado mundo.
Según la FAO (la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), la cifra oficial de enfermos de hambre crónica en el mundo en 2010 era de 925 millones de personas, lo que quiere decir que aproximadamente una de cada siete personas en el mundo pasa hambre y acabará muriendo, con toda probabilidad, por problemas relacionados con la desnutrición. Repito: uno de cada siete. Si bien la cifra de hambrientos en el mundo cayó en 2010 con respecto a la de 2009 debido al despegue de algunas potencias demográficas en vías de desarrollo, la actual coyuntura económica, que ha provocado un alza significativa en el precio de los alimentos, ha supuesto un freno a esta tendencia recesiva, aunque poco significativa, del hambre en el planeta.
A este ritmo, el acuerdo de la ONU firmado en el año 2000 para la reducción del porcentaje de personas que sufren hambre en el mundo -del 20% de entonces a la mitad, un 10%, en 2015- acabará quedando en papel mojado, y con él, el primero de los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio. Las perspectivas son, al menos, bastante pesimistas, y no por desánimo de las instituciones implicadas, sino por la contundencia de las cifras que año a año nos sacuden la conciencia durante unos segundos en el transcurso de algún informativo. Aún así, el vídeo de la FAO para anunciar el Día Mundial de la Alimentación, invita a la esperanza con el eslogan «De la crisis a la estabilidad».
Parece imposible afrontar el problema del hambre sin atender a los índices de población mundial. Dejando a un lado el desigual reparto de riquezas y los contrastes entre unas zonas y otras del planeta, a priori, parece lógico pensar que el crecimiento de la población en casi mil millones de habitantes en una década desde que dio comienzo el siglo -de 6.000 millones, a los casi 7.000 de la actualidad-, coarte las posibilidades de erradicación de esta enfermedad globalizada. Y con ello surgiría, por ende, la polémica sobre la posible superpoblación del planeta.
El hambre, como si de un tumor maligno se tratara, permanece agarrado a nuestra civilización concentrado en sus dos terceras partes en siete países (Bangladesh, China, el Congo, Etiopía, India, Indonesia y Pakistán); en zonas como el África subsahariana, el porcentaje de habitantes desnutridos asciende a un 30%.
Todo esto son cifras. Preocupantes, pero sólo cifras para quienes no hemos tenido contacto directo con la cara oculta y miserable de la realidad. Nos cuesta ver personas detrás de las cifras, las personas enfermas y los miles de muertos diarios. Y mientras esto suceda, los de la otra cara no deberíamos esperar a cada 16 de octubre o a cada telediario para preguntarnos si estamos haciendo todo lo posible.
Por suerte o por desgracia, son los gobiernos que nos representan quienes tienen el poder de decidir por nosotros, pero es en nosotros, los ciudadanos, en quienes recae la obligación de presionar, de concienciar y de actuar. En este sentido, se merecen una mención las miles de ONG de iniciativa popular, constituidas por personas, que dan todo lo que pueden por intentar erradicar el hambre en el mundo. No obstante, mientras un niño siga muriendo de hambre en el mundo cada seis segundos, ninguno de los que tenemos la suerte de leer artículos como éste, deberíamos colgarnos el cartel de aprobado. Creo que ha quedado claro que estamos todos suspensos, y muy lejos del cinco.
Foto extraída del vídeo anunciador de la FAO del Día Mundial de la Alimentación
Lógicamente, no es una cuestión de cantidad sino de reparto. A día de hoy, hay comida en el mundo para dar y regalar…el problema es que ni la damos ni la regalamos…normalmente, la tiramos.
Mientras en el ‘primer’ mundo triunfa la dieta Dukan…en el tercer mundo está de moda la dieta ‘Nunkan’…….vamos, la de los que nunca comen.
Morir de hambre….y nos llamamos seres ‘humanos’.
Hay muchas teorías. Hay quienes afirman, como tú, que «hay para dar y regalar», y hay quienes piensan que con un control demográfico se paliaría, cuanto menos, la fiereza de esta enfermedad. Seguramente haya de lo uno y de lo otro, pero lo que está claro, y a la vista está, es que los privilegiados que no sufrimos el hambre y la pobreza, ni si quiera de lejos, no nos estamos tomando el tema en serio. Gracias por tu comentario.