Una nueva publicación de la OCU basada en un estudio de la carne de las hamburguesas envasadas, volvió a levantar ampollas la semana pasada, hasta el punto de que el asunto trascendió ampliamente a prensa, radio y televisión. Pero más que por el fondo en sí de un informe en el que se pone de manifiesto la escasa calidad general de la amplia mayoría de las hamburguesas analizadas, esta nueva auditoría de la OCU ha causado furor mediático y chascarrillos de toda índole a pie de calle, por la demostración de la existencia de ADN de caballo en algunas de las carnes.
Debo decir que desconozco por completo la razón de la existencia de restos de carne de caballo en hamburguesas hechas con carne de otra cosa, pero basta con leer los ingredientes impresos en los paquetes de hamburguesas, para que a uno se le quede cierta cara de tonto, unida a la sensación de que, entre tal cúmulo de potenciadores de sabor, colorantes alimenticios, conservantes, antioxidantes, espesantes, sulfitos, fermentos, etc.; cualquier cosa puede haber. Es por eso que, a pesar del fraude, y a pesar de la imposibilidad de asociar carne de caballo con carne comestible para la mayoría de los consumidores de mi misma identidad cultural, en mi opinión, la existencia de carne de caballo en dos de las veinte marcas de hamburguesas analizadas por la OCU es, tal vez, un detalle más si nos atenemos a cuestiones de calidad.
Cuando quiero hamburguesas, yo compro una pechuga de pollo, o de pavo, un lomo de cerdo, o un filete de ternera, y le digo al charcutero que me lo pase por la picadora. Si no tengo más remedio que comprar la carne en un hipermercado, me conformo con comprar la pechuga, y picar la carne yo mismo con la ayuda de dos buenos cuchillos. Luego, basta con aderezar la carne con un pochado de ajo y cebolla, perejil fresco, pimienta y sal, por ejemplo, para hacer unas hamburguesas caseras ricas y sanas, sin más aditivos que los que uno quiera echarles. Por eso desconfío de quienes asocian irremediablemente hamburguesas con comida basura, y ensaladas con comida sana. También hay ensaladas que son comida basura; no hay más que bañarlas con cualquiera de las salsas industriales que venden en los hipermercados.
Vivimos en los días en los que, a pesar de existir más información que nunca sobre lo que se come y lo que se bebe, tal vez por falta de tiempo, seguramente por falta de implicación de la administración, o posiblemente también por puro desinterés; los consumidores compramos con los ojos vendados, y no sabemos o no queremos saber, primando por encima de todo el precio y el sabor de lo que se compra. «Rico y barato» son dos valores más que suficientes para la mayoría, para darle nuestra aprobación a lo que compramos. De ahí el éxito de ciertas cadenas de supermercadosdescaradamente populistas de cuyo nombre no quiero acordarme.
En medio de todo esto, habría que poner el énfasis también en el papel de los medios de comunicación, cuya implicación en la divulgación de asuntos de índole gastronómica y nutricional, se mide en función del impacto potencial de cada noticia, en vez de en el deseo de informar y formar. Por eso, media España se ha enterado de que la carne de hamburguesa envasada contiene trazas de carne de caballo; mientras que para buena parte ha pasado desapercibida la crítica a la elevada cantidad de sal de muchas marcas, las deficiencias en el etiquetado, el exceso de aditivos, el elevado precio, y la pobreza general de este producto.
Quiero recalcar que considero inadmisible vender carne de caballo o de cualquier otra cosa, aunque sea en cantidades infinitesimales, cuando se está pagando por otra; pero como consumidor y como defensor a ultranza de la comida de calidad, de los productos de temporada, de los alimentos provenientes del mercado local, de la agricultura ecológica, del trato ético a los animales destinados al consumo, etc.; paseo por los pasillos de los supermercados convencido de que la existencia de ADN de caballo en filetes de carne de hamburguesa, no es más que la punta visible del iceberg, que no la más dañina. Es, seguramente, lo mejor de lo peor.
Fuente: conclusiones del informe de la OCU sobre las hamburguesas
Foto: Pointnshoot
Si es que hay que tener mucho cuidado con lo que compramos,leer las etiquetas…bueno más bien intentar descifrarlas,y al final nunca sabes si lo que pone es en en realidad lo que compras.Por eso cuantas más cosas podamos hacer «caseras» menos riesgo de encontrarnos en estas situaciones estaremos.Porque claro,el que tuviera el congelador de casa hasta arriba de hamburguesas de este tipo se estarán acordadando de las madres de bastante gente.
Gracias por divulgar esta noticia,a ver si la gente se va concienciando de que a veces…lo barato sale caro!
Me quedo con la frase: a pesar de existir más información que nunca sobre lo que se come y lo que se bebe, tal vez por falta de tiempo, seguramente por falta de implicación de la administración, o posiblemente también por puro desinterés; los consumidores compramos con los ojos vendados…
Me incluyo. De los errores se aprende.
Gracias por esta pequeña reprimenda para abrirnos los ojos.
No obstante, en las hamburguesas que vendía Tesco, producidas por la fábrica de Silvercrest de ABP Food, el 29 % de la carne picada era de caballo.