Que somos lo que comemos es algo tan fácil de intuir, como que somos lo que pensamos, el cariño que recibimos, el aire que respiramos o el agua que bebemos. A poco que se piense, es fácil llegar a la conclusión de que las personas, a fin de cuentas, somos como bolsas vacías al nacer que, con el paso de los años, vamos llenándonos de todo lo que va penetrando en nosotros de una u otra forma, a través de canales intelectuales o fisiológicos.
Centrándonos en lo que aquí nos interesa, en el comer, la evolución del ser humano como especie ha estado siempre condicionada a la alimentación. Desde el comienzo del inicio de los primeros pasos, el hombre se ha movido por comer, y ha evolucionado de una u otra forma, en función de sus hábitos alimenticios. Pero también como individuos, cualquiera de nosotros hemos sido, somos y seremos lo que comamos a lo largo de nuestra pequeña historia. O dicho de otra forma: la comida que comamos y la bebida que bebamos, determinará de forma directa nuestro aspecto, nuestra salud, nuestra esperanza de vida, etc.
Que somos lo que comemos es algo tan evidente, como desconocido en su sentido pleno, siendo ese desconocimiento, en mi opinión, la principal causa de malnutrición en la mayoría de países en cierto modo desarrollados como el nuestro, y en gran parte del Mundo industrializado. Por eso, con este artículo no pretendo ir más allá del mensaje que se extrae del manido título del mismo. Nuestra sociedad es lo suficientemente compleja como para que, sabiendo que algo no es bueno para sí, haya quienes asuman el riesgo y estén dispuestos a comer y a beber mal. Pero en general, estoy seguro de que quien sabe, reacciona, estando el saber al alcance de casi todos en nuestros días.
Después de asumir la importancia que tiene el comer en el ser, el siguiente paso sería aprender a comer bien, a valorar cada alimento por sus propiedades, y a saber interpretar los efectos de esas propiedades en nuestro organismo a corto, medio y largo plazo. No es asunto de médicos y nutricionistas, es asunto tuyo, que comes y bebes a diario, y que posiblemente, también das de comer y de beber.
Por último, conviene también saber distinguir entre comer mucho o poco, y comer bien. Si antes me he referido a la malnutrición -que no desnutrición- en el ámbito de países perfectamente dotados de alimentos, es con el fin de hacer hincapié en la realidad de quienes comen mal, aún teniendo la posibilidad de comer bien, por desconocimiento, o por mero desinterés; un mal especialmente hiriente en países como España, donde los iconos de la dieta mediterránea son mucho más que un dibujo en una pirámide alimenticia.
Tan simple, y tan complejo: somos lo que comemos. Hay quienes comen lo que desean, hay quienes comen lo que deben, hay quienes comen lo que pueden y hay quienes no comen. ¿En qué lugar estás tú? ¿En cuál deseas estar? ¿Quién quieres ser? ¿Qué vas a comer?
Foto: Brian Boulos