Entre todos los insectos comestibles que conozco, las «honeypot ants» (literalmente, hormigas tarro de miel) son, sin duda, las que más me apetecería probar.
Debía rondar yo los quince años, cuando una tarde mientras practicaba el noble arte de quedarme dormido en el sillón con un documental sobre naturaleza de fondo, el genial David Attenborough grabó para los restos en mi memoria un fantástico testimonio de lo que podríamos definir como gastronomía aborigen, o comida de supervivencia: el maravilloso caso de las hormigas comestibles de miel.
Sé que para algunos de vosotros, relacionar insectos con comida es un ejercicio inasumible e innegociable de entrada, pero en medio de toda la oferta de testimonios sensacionalistas de arañas, escorpiones, gusanos, cucarachas o saltamontes comestibles, el caso de las hormigas dulces se me antoja como una bellísima excepción cuya naturaleza es bastante similar a la miel de abejas.
Como se puede observar en el vídeo, las hormigas en sí no son el contenido, sino el continente de este exquisito bocado: su cáscara, su piel. El contenido es el néctar que las diligentes hormigas obreras recogen de arbustos aparentemente insustanciales llamados «mulgas», y que es engullido gota a gota por «hormigas tarro de miel» que sacrifican su vida a su función de despensas vivientes en sus cámaras oscuras excavadas a aproximadamente un metro de profundidad, con el objetivo de preservarlas del calor de la superficie.
Esta imagen muestra cómo al almacenar el néctar de las mulgas, el abdomen de las «hormigas tarro» crece y crece hasta alcanzar el tamaño de una uva pequeña, sirviendo estas reservas para el consumo del hormiguero en tiempos de carencias.
En algunos de los grandes desiertos del planeta (en Australia, Norteamérica y sur de África) donde los recursos naturales no abundan, las necesidades agudizan el ingenio. En el caso que nos ocupa, mientras las hormigas dan una lección magistral de capacidad de adaptación, los aborígenes hacen lo propio al aprovechar una de sus únicas fuentes naturales de azúcar y transmitir de generación en generación el secreto de las hormigas comestibles de miel.
En este otro vídeo se puede ver cómo consiguen llegar los aborígenes hasta la cámara oculta donde son custudiadas las hormigas de miel. ¿Os imagináis a una familia de aborígenes saludando al año nuevo bajo la luz de las estrellas comiéndose doce «honeypot ants» al estilo de las doce uvas de la Nochevieja patria?
Reconozco que es enorme el poder que ejerce sobre mí la imagen de David Attenborough al final del documental comiéndose y relamiéndose después de comerse una hormiga de miel que él mismo define como «líquida, tibia y maravillosamente dulce». Por eso, desde aquí aprovecho para ofrecerme en cuerpo y alma a los embajadores de España en Australia o en cualquier país donde se tenga constancia de la existencia de este extraordinario y fascinante fenómeno, para hacer el esfuerzo de aceptar la hipotética invitación, viajar hasta allí en clase turista y probar esta delicia.
Admito y comprendo todas las posturas, pero creo que quien piense que comer hormigas rellenas de néctar es una repugnante cochinada, debería hacer una somera revisión de muchas de las «maravillas» que almacena en su despensa. Para bien y para mal, la apariencia de las cosas es solo apariencia.
También me apunto.
Comería estas hormigas sin pensarlo dos veces. ¡Con estas si me atrevo!
Qué artículo más interesante..
Yo tengo el «gusanillo» desde hace años. Valga la «insecturancia»… 🙂 ¡Gracias!