Bajo la denominación de chocolate, solemos incluir tantas variedades de este «pecaminoso» alimento, que las discusiones acerca de sus beneficios o perjuicios, se convierten en ocasiones en una empresa difícil. Muchos dicen que el chocolate es bueno para la salud, y tienen razón, mientras que otros dicen que es malo, y tampoco se les puede negar.
La razón de esta doble y contradictoria afirmación tiene que ver con el uso excesivamente genérico que hacemos de la palabra chocolate. Y es que, mientras los esquimales emplean más de 100 términos diferentes para referirse a la nieve, en la mayor parte del mundo cometemos la osadía de meter en un mismo saco, bajo la simple denominación de chocolate, a un amplio surtido de derivados del cacao como el chocolate puro, el chocolate con leche o el chocolate blanco; en bebida, en tabletas o en polvo. (En inglés, chocolate; en francés, chocolat; en alemán, schokolade; en portugués, chocolate; en italiano, cioccolato; en polaco, czekolada; en sueco, choklad; etc.).
Por eso, hacer énfasis en la coletilla «puro», «con un % concreto de cacao», «negro», «con leche» o «blanco», en el caso del chocolate, es indispensable si queremos dar sentido a valoraciones del tipo: «el chocolate es bueno», o «el chocolate es malo».
El chocolate «bueno»
Simplificando mucho, se puede decir que el chocolate tiene más propiedades beneficiosas cuanto mayor sea su índice de cacao. Un chocolate con una proporción de pasta de cacao cercana o superior al 70 %, posee un alto índice de antioxidantes, de magnesio y de fósforo. Un consumo habitual de chocolate puro o negro, el verdadero chocolate, podría disminuir significativamente el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares, debido a sus efectos positivos sobre el sistema circulatorio, la disminución del índice de colesterol malo, el aumento del flujo sanguíneo, etc. También está considerado como anticancerígeno, antidepresivo, etc.
El chocolate «malo»
Pero el chocolate con leche es una interpretación del anterior con una proporción tan alta de azúcar y grasas saturadas procedentes de la manteca de cacao (la parte grasa del fruto del cacao, extraído de la cáscara y no del fruto en sí) y de los derivados lácteos, que los beneficios del porcentaje mínimo de cacao (en la mayoría de los casos, inferior al 40%), se ven solapados por los perjuicios de sus demás componentes.
El caso del mal llamado «chocolate blanco» sería el extremo de la corrupción del término chocolate, al tratarse de una crema solidificada de manteca de cacao mezclada con leche y azúcar, que no cuenta entre sus componentes con el ingrediente principal del chocolate: la pasta de cacao. Por eso, si el chocolate con leche tiene poco de chocolate en la mayoría de los casos, se puede decir el chocolate blanco no tiene nada.
No es chocolate, por tanto, todo lo que etiquetamos como chocolate, y conviene tenerlo en cuenta. Para ser justos, tal vez deberíamos aludir a la pasta de cacao para referirnos a la esencia del chocolate, y no manchar así la reputación de este excepcional alimento beneficioso para la salud, con la mala prensa del chocolate con leche, del sirope de chocolate, de la crema de chocolate, etc.
Foto: Mescon