Los tapones de corcho han sido el material empleado para el taponado de botellas de vino desde la antigüedad. Al parecer, en la época clásica, los griegos ya se servían del corcho para sellar sus jarras. No obstante, en los últimos años la industria de tapones sintéticos ha experimentado un desarrollo enorme, desestabilizando en buena medida la economía de las regiones dedicadas a la producción de corcho.
Acerca de este debate, hemos encontrado un interesantísimo artículo técnico publicado por la Federación Española de Asociaciones de Enólogos apoyado en informes científicos de diversas universidades y laboratorios, del que se extrae que, a fecha de hoy, los tapones sintéticos no han conseguido superar a los de corcho en la conservación del aroma y en la prevención de la oxidación del vino. Es por eso que, a pesar de sus inconvenientes reconocidos -su precio y su variabilidad debido a su carácter heterogéneo-, el corcho sigue siendo la opción preferida por la mayoría de expertos en vino.
En Europa, la Red Europea de Territorios Corcheros (Retecork), trabaja en la defensa del corcho y de los entramados económicos, sociales e incluso paisajísticos, que dependen de la actividad corchera. Fruto de ello, hace poco tuvimos conocimiento del acuerdo entre Retecork y ASUMEX (Asociación de la Sumillería Extremeña) para promocionar el uso de los tapones de corcho en la industria vinícola, un hecho especialmente simbólico y trascendental, si tenemos en cuenta que de Extremadura salen anualmente el 7,5% de los tapones de corcho que se usan en todo el planeta.
Después de analizar los datos aportados por los expertos acerca de esta inquietante dicotomía de incierta evolución, sólo me quedaría desearle larga vida al corcho. Como extremeño, amante del vino y defensor de lo natural, además, espero que así sea.
Foto: Karen