Existe una tendencia más o menos extendida a asociar lo ecológico con lo saludable. Por eso, a primera vista, resultaría chocante que una carne artificial creada en laboratorios pudiera ser considerada como ecológica. Al menos si damos por hecho, como lo hago yo -y perdonen mi presunción o mi ignorancia- que una carne creada por el nombre a través de técnicas artificiales no puede ser totalmente sana.
Sin embargo, un estudio realizado por científicos de las Universidades de Oxford y de Amsterdam publicado el pasado lunes en el diario The Guardian, pretende demostrar que la producción de carne con fines alimenticios en laboratorios disminuiría drásticamente la emisión de gases a la atmósfera, contribuyendo así a menguar los efectos que la actividad ganadera tiene sobre el efecto invernadero. Y todo ello, debido a que la energía que requiere la producción de carne de laboratorio sería, al parecer, entre un 7% y un 45 % menor que la que se utiliza siguiendo los mecanismos de explotación tradicionales.
Asimismo, el estudio ha aludido a la erradicación del sufrimiento del animal, a la disminución del uso del agua, a la mínima utilización de terreno, o a la posibilidad de asegurar la alimentación de un mayor porcentaje de la población mundial, como argumentos de la idoneidad de este futurista modelo producción. O no tan futurista, ya que según afirman los científicos, en 5 años podríamos estar comprando carne de laboratorio en los supermercados.
La verdad es que no me imagino un pedazo de carne creciendo solo encima de la mesa metálica de un laboratorio, rodeado de neones y de tubos de vidrio humeantes, y observado rigurosamente por un científico vestido con bata blanca de la cabeza a los pies. Y si me lo imagino, se me quita el hambre de carne.
Foto: Jordi Armengol