Dionisio, Dios griego del vino, viene a mi mente cuando llega agosto, y con él, la época de la vendimia. Dionisio es un personaje mitológico, inspirador de la locura ritual y el éxtasis, cuya misión era mezclar la música del aulós (flauta doble) y poner fin así a los meses de cuidado y de preocupación por el cultivo de las uvas.
Pero para que el vino llegue a nuestras gargantas en alguna de sus variedades -tinto, blanco o rosado-, hay todo un largo y duro proceso detrás que comienza con la vendimia. La vendimia es el periodo de recolección o cosecha de la uva, de la que posteriormente se obtiene el vino, cuya llegada en las diferentes regiones que tradicionalmente se han dedicado a su producción, está asociada con días de fiesta, remontándose la celebración de algunas de ellas al siglo XVII.
En Almendralejo, tierra de viñedos y de buenos vinos -la localidad en la que he nacido y por la que aún me dejo ver siempre que puedo-, basta con dar un paseo por los alrededores, con aspirar el aire de alguna de las muchas bodegas que se encuentran dispersas por la zona, con ver el color de la tierra, o con observar a alguna de las cuadrillas que afrontan el trabajo arduo de recolección entre los viñedos, para contagiarse durante estos días de la magia de la vendimia. Ya hace días que pasaron las fiestas, y ahora todo el esfuerzo estará dedicado a la recolección de la uva que más tarde dará paso al pisado, a la elaboración de los caldos, a su maduración, etc.
Pero todo empieza con la recolección, con la vendimia, un trabajo realizado normalmente a mano racimo a racimo y vid por vid, aunque también hay quienes lo hacen con la ayuda de tractores. Tras cada jornada, generalmente intensas y calurosas, los remolques cargados de uvas se dirigen hacia las bodegas. Allí son pesadas, pasadas por la prensa, trituradas y filtradas con la ayuda de máquinas hasta que el líquido llega a los depósitos o conos, donde se guarda el vino hasta que fermenta.
Y esta es la historia, o más bien el comienzo de la historia, del largo viaje que durante estos días emprende cada racimo de uvas, y cuyo destino se encontrará en un futuro próximo o lejano, en una mesa con buena compañía y en una copa que guardará los gratos recuerdos de esa velada. ¡Hasta la próxima cocinillas!