En serio, ¿os habéis preguntado alguna vez para qué sirven los colorantes alimenticios, esos que aparecen en la lista de ingredientes de hasta lo menos pintado (nunca mejor dicho)? Esta pregunta no la voy a responder en el post. Sencillamente, porque no tengo la respuesta.
Tengo una, pero no me vale. Me refiero a la clásica explicación que relaciona los colorantes con la mejora del aspecto de los alimentos. No me vale, porque considero que los alimentos no deberían ser aderezados con nada que, siendo nocivo o al menos siendo sospechoso de serlo, aunque sea en un porcentaje de un uno por mil, esté destinado única y exclusivamente a modificar su color. A no ser que sea para hacer algo muy especial como alguna de estas recetas de colores para el día del orgullo gay, y muy excepcionalmente.
Y es que si le echáis un vistazo a la lista de colorantes correspondientes con los famosos códigos E de la Unión Europea, descubriréis que muchos de ellos son compuestos químicos sobre cuyos efectos existen muchas sospechas. Del E102 al E130 sólo está libre de pecado el E106, sobre el resto existen evidencias o dudas que los convierten en desaconsejables.
El otro día me puse a curiosear en un supermercado, y descubrí que eran pocos los precocinados que se libraban de contener colorantes. Y claro, yo puedo entender que un decorador de tartas utilice un colorante para obtener el color azul que le permita dibujar un cielo con fondant, pero ¿qué pintan los colorantes en una lata de albóndigas?
Sinceramente, si la carne no tiene el color de la carne, y el tomate no tiene el color del tomate, no creo que sea muy recomendable comercializar un producto elaborado a base de carne y tomate.
El tema del color en los alimentos es como el del aspecto general de la fruta y de la verdura, que ha ido mejorando de forma inversamente proporcional al sabor. Y hasta tal punto estamos muchos hartos de estos tomates, naranjas, pimientos, manzanas, o peras pijas de aspecto inmaculado, que últimamente parece estarse despertando de nuevo la moda de lo feo. Entendiéndose por frutas y verduras feas las que han sido cultivadas de forma natural, respetando los ciclos biológicos impuestos por la propia naturaleza, sin demasiada intervención en virtud del «más y más bonitas», y en detrimento de lo demás.
Por último, a modo de conclusión, me gustaría hacer hincapié en uno de los colorantes que más usamos en casa, el colorante amarillo para las paellas, que suele ser tartrazina (E102), crisoina (E103) o quinoleína (E104); todos ellos de reputación dudosa. Si podéis, yo os recomiendo que uséis un poquito de azafrán. El color del arroz será un poco menos intenso, pero podréis comer con la conciencia bien tranquila.
Foto: Xabi Talleda
Muy buen artículo Ricardo, somos de la misma opinión que feo pero rico, es mejor que bonito pero insípido.
Saludos guapo.
Muy buena reflexión,tendríamos que revisar las etiquetas de los productos de nuestras despensas.Seguro que prescindiríamos de muchas cosas.
Gracias Pío. Yo cada vez le dedico más tiempo a hacer la compra (soy un maniático de las etiquetas de ingredientes)… 😉