Todos nos hemos encontrado alguna vez frente a una carta de menús de algún restaurante, en la que los nombres de cada plato resultaban ser especies de mini poemas, como versos preciosistas con un gran poder de seducción a través de las metáforas y de los sonidos onomatopéyicos de cada término. En cuanto a la capacidad descriptiva de estos nombres, eso ya es otro cantar. De hecho, en la mayoría de los casos, después de llenársele a uno la boca con semejantes palabrotas, la tendencia general suele ser la de esbozar una sonrisa y preguntarle al de al lado: «¿y esto qué es?»
Creo que el caso de los nombres de los platos de la Nueva Cocina, es comparable en cierto modo con el de los nombres de muchas pinturas y esculturas del Arte Contemporáneo. Hace siglos, cuando se cocinaba un venado con salsa de cebolla acompañado de una menestra de verduras, al plato se le solía dar el nombre de «venado con salsa de cebolla y menestra de verduras»; y cuando en un cuadro se retrataba a un grupo de damiselas llamadas meninas, se optaba por algo tan sencillo y directo como «Las Meninas». Pero hoy no. En los tiempos que corren, los nombres son usados por muchos como un elemento más dentro de la creación artística, cumpliendo en algunos casos la función de inducir a la sensación de algo, como si la obra -la comida, el cuadro, la escultura, etc.- no se valiera por sí misma para lograrlo.
No obstante, en el caso de la comida, el nombre parece cumplir una función descriptiva que no se presupone necesariamente en el caso de las obras de arte, ya que el arte, arte es, y a priori, todo es permisible. Que el nombre de un plato de un restaurante haga alusión a todo menos a comida, es interpretable, y habrá a quienes les guste, y a quienes no. Lo que está claro es que no aporta al comensal, sobre todo en casos extremos, la información que necesita acerca de la composición de la receta; algo fundamental, teniendo en cuenta que, en lo que al paladar se refiere, para gustos hay sabores.
Concretando y personalizando, si a mí me gusta el carpaccio de ternera y las cerezas, yo prefiero que me anuncien un plato a base de estos dos elementos como «carpaccio de ternera con aroma de cereza», que ya es sugerente de por sí, a que lo hagan como «alegoría del atardecer laminado, engalanado con esencias de lágrimas rojas de primavera». Aunque ambas cosas tampoco lo vería mal. Lo que no creo que deba faltar en la carta de un menú es la información concisa, más allá del ornamento.
Foto: Soyculto
Jejeje, cuánta razón!! a mi me pasó una vez en un restaurante chino, que me aventuré a pedir «Hormigas caminando por tronco de bambú» y la verdad, que no sé porqué lo hice, porque ganas de comer hormigas no tenía ningunas, pero me daba curiosidad saber qué plato se escondía detrás de aquel nombre 🙂 (por cierto, solo recuerdo que tenia algo de bambú…)
Puede que esa sea la «estrategia», poner nombres llamativos a platos que no se piden mucho para jugar con la curiosidad innata que todos llevamos dentro y darles salida.. Yo ahí lo dejo 😛
🙂 Sí, yo también soy del club de los que alguna vez pidieron las «hormiguitas en el árbol» por curiosidad. Y ahí lo dejo.
Pues ya que os ponéis decir que carajos son lo de las hormigas, o me tocará pedirlo otro día, que a punto ya he estado…
¡Ja, ja, ja! Pues recuerdo que eran una especie de fideos con verduras y también algo de carne. Vamos, ni antenitas, ni cabezonas negruzcas, ni pulgones… Decepcionante, Ramón, decepcionante 😀
En nuestro local en Malaga organizamos despedidas de soltero como de soltera y a los platos les tenemos puesto nombres eróticos, graciosos. Al final hay gustos para todo